Gastón Pedraza
Desde siempre la cultura japonesa se nos ha hecho diferente, alejada, compleja y más aun cuando no estamos acostumbrados a observar sus ritos y costumbres y de repente nos llegan de sopetón películas hechas de una manera que nos conmueven, no solo por la forma de realización sino por los temas que abordan. Son películas de una intimidad y una hechura que sorprende, nada que ver con el cine gringo: rancio y previsible.
El cine japonés ha arrojado directores, que digo directores, creadores de imágenes inolvidables, como es el caso de Yasujiro Ozu y su obra maestra Historias de Tokio (1953); o el realizador que trataba la pasión, el deseo y la melancolía de una manera asombrosa, me refiero a Kenji Mizoguchi y su película Diario de Oharu (1953); y que decir del cine apasionado y desbordante de Nagisa Oshima en películas como La Ceremonia (1971); el humor negro y el drama urbano lo reflejó Shohei Imamura en la película La Mujer Insecto (1963); y las intensas lecturas que hace Akira Kurosawa a su propia cultura en cada una de sus películas como en el caso de Rashomon (1951).
La época dorada del cine japonés, que abarca de la década de los 50 y principios de los 70, tuvo una gran aceptación en todo el mundo y tan es así que ese cine influyó a muchos realizadores europeos, incluso en la manera de abordar los temas y la forma de montar las películas a la hora de la edición. Siempre, el cine japonés se encuentra a la vanguardia de tal manera que las películas de su época dorada siguen gustando y son proyectadas, a manera de retrospectiva en los festivales más importantes del mundo. David Desser en su libro, Eros plus Massacre: An Introduction to the New Japanese Cinema, dice que “...existe un apriorismo a la hora de encarnar el cine japonés desde occidente: entenderlo como sistema cerrado, que desde sus inicios, ha cambiado únicamente debido a innovaciones técnicas, demandas del público y la personalidad individual de los directores”.
Ahora bien las tradiciones japonesas son demasiado fuertes como para que desparezcan después de cientos de años de permanecer al interior de su cultura, con valores estéticos y éticos bien definidos. Es precisamente en el cine donde hay una permanencia constante de estas tradiciones; al contrario del cine americano que va cambiando sus prácticas cinematográficas.
Hubo un bache de realizaciones japonesas en los 80 gracias a que se retiró el apoyo, por parte del gobierno, para la elaboración de cintas con presupuesto oficial. Sin embargo se siguieron haciendo películas en otros formatos abaratando costos. Así es como surgen, a principios de los 90, films con una libertad de expresión extrema como las eróticas (pinku-eiga) y las de porno duro (honban).
Los nuevos realizadores están influenciados por el anime y el manga y lo que quieren reflejar en pantalla es, precisamente, todas esas grandes aventuras hechas por sus colegas dibujantes y llevarlas al extremo con actores de carne y hueso.
La nueva Nueva Ola japonesa está representada por cineastas que mezclan la más pura tradición oriental, de la tranquilidad y la mesura, con la más descomunal de las violencias, es decir, un cine tradicional con fricciones de locura extrema. Hay una serie de directores de gran talento como Takashi Ishii y sus obras cumbre Freeze me y Black Angel (1997); Hideo Nakata y The Ring (1998); el prolífico Takashi Miike y sus demenciales pero atractivas Full Metal Gokudo (1997), Audittion (2000) e Ichi the Killer (2001); o el creador de imágenes perturbadoras y maestro del terror Kiyoshi Kurosawa, con su más que violenta Cure (1997); el maestro de la violencia y la ternura es, sin duda, Takeshi Kitano y sus obras maestras Hana-Bi (1997), El Verano de Kikujiro (1999) y la poética e intimista Dolls (2003).
A decir de Roberto Cueto en el libro, El principio del fin. Tendencias y efectivos del novísimo cine japonés (Piadós Comunicación, 2003) “El cine japonés es hoy tan complejo, contradictorio y rico como lo fue siempre, por mucho que occidente no quisiera reconocerlo y prefiriera catalogarlo de manera apresurada. Hoy confluyen esos diferentes 'modos' de representación con las nuevas tecnologías que abaratan costes y proporcionan nuevas oportunidades a los independientes”. Lo que queda claro es que hay talento, dedicación e idea de lo que están haciendo en oriente con respecto al “nuevo cine japonés”.
Desde siempre la cultura japonesa se nos ha hecho diferente, alejada, compleja y más aun cuando no estamos acostumbrados a observar sus ritos y costumbres y de repente nos llegan de sopetón películas hechas de una manera que nos conmueven, no solo por la forma de realización sino por los temas que abordan. Son películas de una intimidad y una hechura que sorprende, nada que ver con el cine gringo: rancio y previsible.
El cine japonés ha arrojado directores, que digo directores, creadores de imágenes inolvidables, como es el caso de Yasujiro Ozu y su obra maestra Historias de Tokio (1953); o el realizador que trataba la pasión, el deseo y la melancolía de una manera asombrosa, me refiero a Kenji Mizoguchi y su película Diario de Oharu (1953); y que decir del cine apasionado y desbordante de Nagisa Oshima en películas como La Ceremonia (1971); el humor negro y el drama urbano lo reflejó Shohei Imamura en la película La Mujer Insecto (1963); y las intensas lecturas que hace Akira Kurosawa a su propia cultura en cada una de sus películas como en el caso de Rashomon (1951).
La época dorada del cine japonés, que abarca de la década de los 50 y principios de los 70, tuvo una gran aceptación en todo el mundo y tan es así que ese cine influyó a muchos realizadores europeos, incluso en la manera de abordar los temas y la forma de montar las películas a la hora de la edición. Siempre, el cine japonés se encuentra a la vanguardia de tal manera que las películas de su época dorada siguen gustando y son proyectadas, a manera de retrospectiva en los festivales más importantes del mundo. David Desser en su libro, Eros plus Massacre: An Introduction to the New Japanese Cinema, dice que “...existe un apriorismo a la hora de encarnar el cine japonés desde occidente: entenderlo como sistema cerrado, que desde sus inicios, ha cambiado únicamente debido a innovaciones técnicas, demandas del público y la personalidad individual de los directores”.
Ahora bien las tradiciones japonesas son demasiado fuertes como para que desparezcan después de cientos de años de permanecer al interior de su cultura, con valores estéticos y éticos bien definidos. Es precisamente en el cine donde hay una permanencia constante de estas tradiciones; al contrario del cine americano que va cambiando sus prácticas cinematográficas.
Hubo un bache de realizaciones japonesas en los 80 gracias a que se retiró el apoyo, por parte del gobierno, para la elaboración de cintas con presupuesto oficial. Sin embargo se siguieron haciendo películas en otros formatos abaratando costos. Así es como surgen, a principios de los 90, films con una libertad de expresión extrema como las eróticas (pinku-eiga) y las de porno duro (honban).
Los nuevos realizadores están influenciados por el anime y el manga y lo que quieren reflejar en pantalla es, precisamente, todas esas grandes aventuras hechas por sus colegas dibujantes y llevarlas al extremo con actores de carne y hueso.
La nueva Nueva Ola japonesa está representada por cineastas que mezclan la más pura tradición oriental, de la tranquilidad y la mesura, con la más descomunal de las violencias, es decir, un cine tradicional con fricciones de locura extrema. Hay una serie de directores de gran talento como Takashi Ishii y sus obras cumbre Freeze me y Black Angel (1997); Hideo Nakata y The Ring (1998); el prolífico Takashi Miike y sus demenciales pero atractivas Full Metal Gokudo (1997), Audittion (2000) e Ichi the Killer (2001); o el creador de imágenes perturbadoras y maestro del terror Kiyoshi Kurosawa, con su más que violenta Cure (1997); el maestro de la violencia y la ternura es, sin duda, Takeshi Kitano y sus obras maestras Hana-Bi (1997), El Verano de Kikujiro (1999) y la poética e intimista Dolls (2003).
A decir de Roberto Cueto en el libro, El principio del fin. Tendencias y efectivos del novísimo cine japonés (Piadós Comunicación, 2003) “El cine japonés es hoy tan complejo, contradictorio y rico como lo fue siempre, por mucho que occidente no quisiera reconocerlo y prefiriera catalogarlo de manera apresurada. Hoy confluyen esos diferentes 'modos' de representación con las nuevas tecnologías que abaratan costes y proporcionan nuevas oportunidades a los independientes”. Lo que queda claro es que hay talento, dedicación e idea de lo que están haciendo en oriente con respecto al “nuevo cine japonés”.
2 comentarios:
Oye carnal, estoy releyendo el libro que me mandaste para subrayar los poemas que más me gustaron (eso hago siempre con los libros, jeje), neta que no terminaré de agradecerte tan chingón detalle. Saludos hasta Tolucaaaaaaaaaaaaaa... que no conozco y conoceré. Bye bye.
Hola¡¡¡
Gracias por visitar mi blogg... espero verte por ahi mas seguido¡¡¡
Lo mismo hare yo¡¡¡¡
Me agrado tu post.... un poco de conocimiento del septimo arte de otra cultura, no nos cae nada mal¡¡¡
Saludos y que tengas bonita vida¡¡
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